Circuito Mar y Montaña


Montjuïc se alza como punto de partida de un recorrido que cruza Barcelona de punta a punta. Desde la cima, el castillo divisa la ciudad mientras el teleférico descubre una vista espectacular del puerto y el mar.

A escasa distancia, la Anella Olímpica mantiene vivo el espíritu de los Juegos Olímpicos de 1992. Esta zona incluye el Estadi Olímpic Lluís Companys, hoy utilizado para acontecimientos deportivos y conciertos. También encontramos aquí el Palau Sant Jordi, diseñado por Arata Isozaki, cuya versátil arquitectura le permite acoger espectáculos y competiciones internacionales. Las piscinas Bernat Picornell, sede de las pruebas de natación y waterpolo, también son un punto de encuentro para muchas producciones audiovisuales. Finalmente, la Torre de Calatrava, con su esbelta silueta inspirada en un atleta, se ha convertido en todo un símbolo de la ciudad.

Bajando por la montaña, pasarás por delante del Poble Espanyol, un conjunto arquitectónico al aire libre. Una vez llegues a los pies de la montaña, cruzarás la Avinguda de Rius i Taulet y la Plaça de Carles Buïgas, donde se encuentra la Font Màgica de Montjuïc, una fuente circular de grandes dimensiones. Al cruzar la Gran Via de les Corts Catalanes y entrar en el Eixample Esquerre, encontrarás dos fuentes de agua potable para refrescarte. Este barrio de Barcelona destaca por su intensa actividad comercial y cultural, con una arquitectura modernista y amplias avenidas. Uno de los sitios más notables es La Model, un antiguo centro penitenciario transformado en espacio cultural que ofrece una mirada a la historia de la ciudad.

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El ascenso continúa hacia el distrito de Sarrià-Sant Gervasi, donde su fisonomía antigua de callejones empedrados y casas bajas ofrece un contraste marcado con el urbanismo más moderno de la ciudad. El barrio de Sarrià se convierte en la puerta de entrada a Collserola, y la carretera de les Aigües traza un camino suspendido entre bosque y ciudad, con una panorámica única que se extiende hasta la línea de la costa. Más adelante, el Turó d'en Cors emerge como un mirador natural, mientras el Pantà de Vallvidrera, escondido entre la frondosidad, ofrece un paréntesis de calma absoluta.

El itinerario concluye en Santa Creu d'Olorda, una ermita románica que, al abrigo de la montaña, conserva el silencio de los siglos. Desde este punto elevado, el núcleo urbano se reduce a un horizonte lejano, mientras la naturaleza recupera su dominio.