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Sants-Montjuïc

El distrito de Sants-Montjuïc es el más extenso de Barcelona, con una superficie de 2.090 hectáreas, que representa casi la quinta parte del término municipal. Esta heterogeneidad del territorio se traduce en una gran diversidad social y humana.

Por encima de la Gran Via, se extiende el núcleo histórico de Sants, un viejo núcleo rural que se desarrolló extraordinariamente durante la primera mitad del siglo XX cuando se instalaron vapores y otras industrias y comercios y que, como sucedió con otra poblaciones del llano, en 1897 fue anexionado a Barcelona.

Por debajo de la Avinguda del Paral·lel y sobre las faldas de la montaña de Montjuïc se encuentra el Poble-sec. El carácter popular y una larga tradición en teatro y music-hall son algunas características distintivas de este barrio de Barcelona, donde todavía se conserva uno de los refugios antiaéreos construidos por los propios vecinos durante la Guerra Civil.

Pero si hay algo distintivo en este distrito es sin duda la montaña de Montjuïc, que con sus 185 metros de altura y su típica forma de acantilado que se hunde en el mar, ha sido perfil y símbolo de la ciudad desde la antigüedad clásica y un balcón privilegiado sobre Barcelona. Además, el antiguo Monte Judío —pues eso significa Montjuïc en catalán—, llamado así por los terrenos que aquí compró la comunidad sefardita de la Barcelona medieval para enterrar a sus difuntos, ha sido proveedor esencial para la configuración de Barcelona, pues de sus canteras salió el material, la piedra de Montjuïc, con el que los romanos erigieron Barcino y los cristianos, iconos de la ciudad medieval como Santa Maria del Mar.

Por otra parte, Montjuïc ha sido y es una atalaya privilegiada sobre Barcelona. Desde sus innumerables miradores —como el del Alcalde, el del Migdia o el sendero que los une— o desde alguno de sus singulares accesos, como el Aeri o el Telefèric, las vistas sobre la ciudad, el puerto y el litoral son excepcionales.

No obstante, su urbanización y transformación no tuvo lugar hasta tiempos recientes, cuando, a principios del siglo XX, el Ayuntamiento decidió celebrar en sus terrenos la Exposición Internacional de 1929. De esa época data la Plaça d'Espanya, la Fuente Mágica, el Palau Nacional, sede del Museu Nacional d'Art de Catalunya, el visionario Pabellón Alemán de la Exposición creado por Mies van der Rohe, o el Poble Espanyol. Y, con la celebración en 1992 de la XXV Olimpiada en Barcelona, se remozó el Estadio Olímpico, inaugurado en 1929, y se completó el Anillo Olímpico con edificios tan singulares como el Palau Sant Jordi (Arata Isozaki) o la Torre de Comunicaciones (Santiago Calatrava).

Si a todo ello unimos otros equipamientos culturales como el CaixaForum o la Fundació Miró, o los numerosos jardines de diferentes épocas y temática que jalonan la montaña de Montjuïc tenemos un gran espacio de participación ciudadana, de arte y cultura, de ocio y deportes, de ferias y congresos, de jardines e itinerarios por la naturaleza.

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